martes, 6 de octubre de 2009

El pretencioso buscador


Un relato de Vicente Sáez Vallés (en la foto)

"El pretencioso buscador" 

Las enfermeras doblaban gasas que venían de la autoclave color marrón y plata. Hacía frío y destemple en ese hospital de mala construcción, pero revestido mágicamente con luz de mil fluorescentes y aparatos de silencioso bramido eléctrico y moderno. Esa madrugada del mes de agosto, con el amanecer anunciado, unas profesionales de la salud charlaban mientras empaquetaban esas formas cuadradas de algodón poco tupido. Estaban en un cuarto azul comunicado con la sala de curas de la planta de enfermos nerviosos; las sanitarias suelen doblar gasas en una secuencia de movimientos hermosa, gesto mecánico aprendido de costumbres lejanas, casi ancestrales, como los gatos que se asean en el contraluz de una ventana que juega con sus sombras. La intimidad y líneas difusas de una escena espectral.

- ¿Sabes? El de la setecientos veinte se va mañana...

- Parecía estar más grave. Sólo ha estado tres días viéndolas venir. No entiendo cómo hay gente que está tan enferma y tiene ganas de seguir viviendo...

- Las mujeres tenemos que hacérselo todo!

- Pues se lo llevan de aquí, y tú te vas también... ¡Mira qué casualidad!

- Coincidencia. Me queda un día, cojo vacaciones y me largo al paro.

La enfermera agitó su bata blanca para intentar despojarse del calor que iba creciendo conforme pensaba en el desorden de su vida: iría a las montañas y pensaba en todo lo que no tenía que hacer para dejar de pensar, en todo aquello que no debía pensar, en pensar cómo pensar en no pensar. Ayer jugó a los naipes con el de la setecientos veinte y ganó mil doscientas pesetas, pero fue él quien se empeñó en jugar con dinero y cobrar lo que ganase cada cual.

- Ten cuidado con el de la setecientos veinte, ha venido varias veces a este hospital y sólo piensa en echarse un casquete con una enfermera... Tiene un ego que se lo pisa: el pobre piensa que es maravilloso y que todo lo tiene a su alcance; Dios debe respetarle y ser empleado suyo. Desconfía de los pretenciosos, y mucho más si son minusválidos!
[...]

[leer relato completo] (merece la pena)

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1 comentario:

alfredo dijo...

Otro abrazo para tí y José María
Alfredo

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